Para todos los que nos dedicamos a trabajar en el campo, la naturaleza no deja de asombrarnos y emocionarnos, incluso en las situaciones más cotidianas. Sin embargo, a veces tenemos la suerte de ser testigos de momentos especiales que nos dejan boquiabiertos e incluso asombrados.

Por Cynthia Bandurek

Desde hace unos años participo en un proyecto de monitoreo de anfibios realizado por personal de la Administración de Parques Nacionales en la Reserva Natural Estricta “Otamendi” en la Provincia de Buenos Aires.

Una noche, mientras trabajábamos en lo que llamamos un pastizal de baja latitud y caminábamos a lo largo de un transecto que había sido delineado para realizar levantamientos periódicos de información, nuestras linternas de pronto divisaron una escena sorprendente: encima de un acebo marino (Eryngium sp)

[i], entre las espinas que bordean la hoja, encontramos los restos de una rana arbórea del Chaco, una joven rana arborícola de bandas blancas (Hypsiboas pulchellus) que había sido casi completamente devorada. Un poco más arriba, una mantis de 15 cm de largo o “tatadiós” como se le conoce comúnmente por la posición de sus patas delanteras parecidas a la postura orante, cuyo abdomen evidenciaba una suntuosa comida, observaba los restos de su cena.
Son conocidos por su voracidad, pero la vista de esta escena nos dejó completamente asombrados. Suspendimos temporalmente nuestro monitoreo mientras seguíamos observando, analizando y tomando fotos. Siempre hay que aprovechar las oportunidades que la naturaleza nos ofrece para ver y aprender más sobre ella.

[i] Serrucheta: acebo de mar (Eryngium sp)