Desde lo más profundo de mi infancia, siempre ha corrido por mis venas una profunda sensibilidad hacia las maravillas del mundo natural. Es una conexión inexplicable que, desde mis primeros días, ha encendido una profunda resonancia dentro de mí cada vez que el tapiz de la vida toma un giro sombrío para cualquier criatura, grande o pequeña. Este hilo empático, entretejido en el tejido mismo de mi ser, me acerca al latido del corazón de la tierra.

En esos tiernos años, busqué consuelo y expresión en el abrazo del arte. Sola en mi habitación, descubrí una vocación intuitiva de transmitir mi profundo amor por la naturaleza a través de los trazos de lápiz y la danza de los colores sobre el papel. Cada boceto y pintura se convirtió en una sinfonía silenciosa, haciendo eco de mis emociones y capturando la esencia de los seres vivos que habitan nuestro mundo compartido.

Para confesar, siento el encanto del arte corriendo por mis venas: una herencia etérea, un regalo transmitido a través de la magia de la genética. El linaje artístico fluye de mi abuelo y su hermano, ambos espíritus afines que dejaron una huella imborrable en la historia del arte de Paraguay. Sus ecos resuenan en los trazos de mi pincel y en las líneas de mis bocetos, un testimonio del legado perdurable de pasión y creatividad que nos une a través de generaciones.

Mi profunda conexión con la naturaleza encendió una pasión que me llevó hacia la doble búsqueda de dos carreras cautivadoras entrelazadas con el intrincado tapiz de la vida y la biología: ecología y naturalista de campo. El profundo conocimiento obtenido de estas actividades se convirtió en la brújula que me guió a través de proyectos de conservación en los impresionantes paisajes de Argentina.

A pesar de un alejamiento fugaz de los lápices y pinceles después de mi infancia, mi viaje dio un giro inesperado durante la búsqueda de mi segunda carrera como naturalista de campo. Un encuentro fortuito con un curso alternativo en mi universidad, centrado en el arte de dibujar animales y plantas como herramienta indispensable para un naturalista, reavivó la llama de la creatividad dentro de mí. En ese momento, la fusión de la comprensión científica y la expresión artística se convirtió en un poderoso catalizador, entrelazando los ámbitos académico y artístico en una danza armoniosa.

Este reencuentro con el mundo del arte no fue sólo un redescubrimiento; Fue un despertar conmovedor. Los trazos de mi lápiz se convirtieron en un testimonio de la intrincada belleza que presencié en el mundo natural, capturando la esencia de la vida con cada línea. Esta convergencia inesperada de mis esfuerzos científicos y artísticos imbuyó mi viaje con un sentido renovado de propósito y emoción, forjando un camino donde el amor por la naturaleza y el arte del naturalista convergieron a la perfección.

Otro capítulo se desarrolló en mi segunda carrera: la revelación de la fotografía de naturaleza y el encantador reino de la fotografía macro. Este descubrimiento abrió una nueva vía hacia el mundo del arte, proporcionándome un lienzo nuevo para transmitir vívidamente mi profunda pasión y amor por la naturaleza. En la delicada danza entre el clic del obturador de la cámara y los intrincados detalles capturados a través de lentes macro, floreció una sinfonía de emociones.

La fotografía y el arte, en su perfecta interacción, se convirtieron en fuerzas simbióticas, que se nutrían mutuamente en lo más profundo de mi mente y mi corazón. Cada instantánea, una pincelada sobre el lienzo de mi vida, tejió una narrativa visual que trascendió las palabras. No se trataba simplemente de congelar momentos en el tiempo; se trataba de encapsular la esencia misma de la poesía de la naturaleza, los matices sutiles que provocan asombro y reverencia.

Este viaje visual se convirtió en más que una exploración personal; se transformó en un medio poderoso para compartir mi fervor y crear conciencia sobre el frágil estado del mundo natural. A través de la lente, encontré una voz: una declaración silenciosa pero resonante de mis preocupaciones, un testimonio visual de la belleza que estaba en juego. En cada fotografía resonaba una súplica emocional, un llamado a la acción para salvaguardar la santidad del medio ambiente que me inspiró.

La fotografía se convirtió no sólo en un pasatiempo sino en un conducto para las emociones, una forma de canalizar mi amor por la naturaleza en un medio que trascendía los límites del lenguaje. Se convirtió en mi manifiesto visual, un testimonio de la frágil belleza que exigía nuestra atención y protección.

En el tapiz de mi infancia, empuñaba lápices de colores y abrazaba los trazos vibrantes de las pinturas al temple para representar las maravillas de la naturaleza. Sin embargo, cuando el destino reavivó mi conexión con el arte, me embarqué en un viaje transformador, profundizando en un rico tapiz de diversos medios y técnicas. Un caleidoscopio de exploración artística se desarrolló ante mí, cada medio sirviendo como un portal a un reino de expresión único.

Con el fervor de una pasión reavivada, me sumergí en las deliciosas texturas de la pintura al óleo, capturando la esencia de mis sujetos con cada pincelada. Los acrílicos aportaron una vitalidad dinámica a mi paleta, mientras que el grafito me permitió grabar los intrincados detalles del mundo natural con precisión y gracia. Las acuarelas, con su fluidez, introdujeron una delicada danza de tonos, y los pasteles de tiza agregaron un toque suave y aterciopelado a mi repertorio artístico.

Cada uno de estos medios se convirtió en más que herramientas; evolucionaron hasta convertirse en portales, puertas de entrada a nuevos reinos de expresión que resonaban con las profundidades de mis emociones. Diferentes técnicas pero siempre el mismo amor y pasión por el mundo natural. Al abrazar este espectro de expresión artística, descubrí que cada medio tenía un lenguaje único, una forma matizada de articular las emociones y las historias inherentes al mundo natural.

En el audaz salto de 2021, tomé la decisión de dejar de lado lo familiar y abrazar un capítulo completamente nuevo, eligiendo sumergirme en las maravillas naturales de Costa Rica. Mi vida en este encantador país ha adquirido un ritmo nómada y, en respuesta a esta existencia dinámica, he perfeccionado mi enfoque artístico en la acuarela y el grafito, medios que me acompañan perfectamente en este viaje de exploración.

Costa Rica, con sus exuberantes paisajes y su vibrante biodiversidad, se ha convertido a la vez en mi musa y mi lienzo. La fluidez de las acuarelas captura la esencia del paisaje en constante cambio, mientras que la precisión del grafito me permite grabar los intrincados detalles de este paraíso tropical en el papel. En la danza entre pigmentos y trazos, encuentro un reflejo del diverso tapiz de la vida que me rodea.

La naturaleza nómada de mi vida aquí ha dictado la practicidad de mis elecciones artísticas. Las acuarelas y el grafito, elegidos no sólo por su portabilidad sino también por su capacidad para encapsular el alma de lo que me rodea, se han convertido en mis compañeros artísticos. Cada trazo cuenta la historia de un lugar, un momento y una emoción, un diario visual de mi viaje a través de los vibrantes paisajes de Costa Rica.

Al aceptar el desafío de dominar la acuarela, me sumergí en cursos en línea, buscando profundizar mi comprensión de este cautivador medio. No se trata sólo de empuñar un pincel; se trata de descubrir los secretos del agua y los pigmentos, de traducir la vitalidad de los trópicos al papel.

Los medios pueden evolucionar y la vida misma puede sufrir transformaciones, pero la fuerza impulsora constante detrás de mis esfuerzos artísticos sigue siendo inquebrantable: un amor duradero por la naturaleza. Es esta profunda conexión con el mundo natural lo que alimenta mi pasión tanto por el arte como por la fotografía, infundiendo a cada creación una resonancia cargada de emociones que trasciende el flujo y reflujo del cambio.