A menudo percibimos las relaciones simbióticas, como el mutualismo, como algo “poético” o “romántico”, por así decirlo, donde diferentes especies participan en una especie de comercio. Tomemos, por ejemplo, el intrigante caso de la hormiga acacia y las acacias, donde las hormigas brindan protección a cambio de refugio y alimento. Sin embargo, las complejidades de la naturaleza desafían nuestras nociones simplistas y nos recuerdan que lo que aparece en la superficie puede no siempre coincidir con la realidad.

La relación simbiótica comienza cuando una reina recién apareada es atraída por el olor emitido por el árbol y establece su nido dentro de las grandes espinas huecas de la acacia. La reina mastica la espina para poner entre 15 y 20 huevos, iniciando así la primera generación de hormigas obreras. A medida que la colonia se expande, más de estas espinas bulbosas quedan habitadas. Una vez que la colonia alcanza una población de alrededor de 400 individuos, las hormigas asumen el papel de jardineras.

En su calidad de jardineras, estas hormigas defienden ferozmente la acacia contra criaturas de todos los tamaños que se sienten atraídas por sus hojas. Combaten insectos como los grillos y atacan con picaduras las cabezas de los mamíferos. Incluso otras plantas, como las enredaderas epífitas, son repelidas, y la mera presencia de un olor desconocido puede provocar que las hormigas se abalanzan hacia amenazas potenciales. Además, las hormigas exploran diligentemente el área que rodea el árbol en busca de plántulas y eliminan sin piedad cualquier planta competidora que encuentren.

A cambio de estos servicios protectores, el árbol de acacia ha evolucionado para producir néctar rico en azúcar y aminoácidos a partir de glándulas especializadas en la base de sus hojas. Además, las puntas de las hojas desarrollan cuerpos Beltianos, que son estructuras pequeñas repletas de nutrientes que contienen aceites y proteínas. 

Hasta aquí todo suena perfecto, ¿verdad? Pero la naturaleza es siempre más compleja y hay un mundo que aún necesitamos aprender sobre ella. 

En estudios recientes, los científicos descubrieron que lo que parece una relación pacífica en realidad esconde una historia no tan brillante. La investigación ha revelado que las golosinas azucaradas producidas por el árbol contienen una enzima que impide que las hormigas consuman fuentes alternativas de azúcar.

Una sola prueba de este brebaje condena efectivamente a los insectos a una vida de trabajo involuntario.

El informe demuestra cómo la fuerza de la evolución sostiene las relaciones de cooperación entre ciertas especies, incluso cuando es evidente que una de las partes disfruta principalmente de las ventajas del acuerdo.

La mayoría de las sustancias azucaradas que consumen las hormigas, como la savia de las plantas, contienen un tipo de azúcar conocido como sacarosa. Las hormigas procesan la sacarosa utilizando una enzima llamada invertasa, que descompone la sacarosa en moléculas de azúcar más pequeñas.

Los investigadores demostraron que ninguna de las hormigas obreras pertenecientes a la especie (Pseudomyrmex ferrugineus) posee actividad invertasa, lo que las hace incapaces de digerir las fuentes típicas de sacarosa.

Afortunadamente, el árbol contrarresta esta limitación liberando invertasa dentro de su néctar, ofreciendo así a las hormigas una comida predigerida. En consecuencia, las hormigas muestran preferencia por el néctar de acacia sobre las fuentes alternativas de azúcar.

El néctar de acacia contiene enzimas quitinasas que inhiben eficazmente la actividad invertasa. Una vez que las hormigas obreras maduran de pupas a adultas, su invertasa queda permanentemente desactivada tras su consumo inicial de néctar.

Lo que inicialmente podría parecer una relación amistosa parece ser una manipulación inteligente orquestada por la acacia para mejorar su control sobre la dependencia de las hormigas.

En este escenario, la manipulación del árbol garantiza que las hormigas se vean obligadas a protegerlo, ya que representa su única fuente de alimento. Sus destinos están íntimamente ligados a su habilidad como guardianes.