Ser fotógrafo de naturaleza es un viaje profundamente cautivador. Se trata de sumergirme en la naturaleza, fusionarme con sus ritmos y absorber las lecciones de sus extraordinarios procesos. Hay una emoción indescriptible al convertirse en uno con el ecosistema y ser testigo del desarrollo de la intrincada danza de la vida. Y cuando se trata de crear imágenes, es una fusión mágica de creatividad y narración. Encuentro una inmensa alegría al tejer imágenes que no solo narran historias sino que también resuenan profundamente en quienes las ven, forjando una conexión inquebrantable entre sus corazones y las maravillas del mundo natural.

Cada fotografía que creo lleva una narrativa oculta en su interior. Es la historia de la exploración y las circunstancias que me llevaron allí. Es la historia del sujeto mismo, un vistazo a su propio viaje. Y entrelazada con todo esto está la crónica de los desafíos conquistados, los obstáculos superados para capturar la imagen exacta que buscábamos. Cada fotografía es una puerta a estas historias en capas, una invitación a profundizar en las emociones, la dedicación y los triunfos que se encuentran más allá del marco visual.

Permítanme compartirles un fragmento de la cautivadora narrativa detrás de la captura de la esquiva rana venenosa del Golfo Dulce.

En mi búsqueda de ranas, me embarqué en un viaje para explorar su entorno nativo. La tarea resultó ser bastante exigente, ya que atravesé arroyos, cuevas y un denso follaje en busca de estas esquivas criaturas. Sin embargo, mi perseverancia dio sus frutos, ya que finalmente me topé con una pequeña rana acurrucada dentro de una pequeña cueva situada en una ladera boscosa. Fue un descubrimiento verdaderamente notable que hizo que todo el esfuerzo valiera la pena.

Capturar la foto presentó un desafío complejo. Me encontré contorsionado en una postura incómoda, balanceándome delicadamente en la pendiente. Para alinearme con el punto de vista de la rana, apoyé mis brazos en el suelo de la jungla, entre las capas de hojas caídas.

Cuando se hizo clic en el obturador, una repentina sacudida me recorrió cuando me di cuenta de que un enjambre de hormigas armadas trepaba por mi brazo. Su presencia colectiva dejó una vívida mancha carmesí en mi piel, un testimonio de su número y unidad.

La fortuna me favoreció mientras sus voraces mandíbulas se abstenían de hundirse en mi carne. Haga una pausa por un momento para imaginar la abrasadora agonía si esta multitud de hormigas hubiera lanzado un asalto simultáneo sobre mi piel.

Quité las hormigas con cuidado y luego me mudé al otro lado de un pequeño arbusto donde las hormigas no estaban presentes. Una vez más me coloqué incómodo en la pendiente y seguí tomando fotografías. Sin embargo, en un giro inesperado de los acontecimientos, mi cámara se apagó repentinamente. Como si el destino tuviera otros planes, perdí el equilibrio en la pendiente y me encontré deslizándome boca abajo, agitando piernas y brazos. 

La recompensa fue más allá de toda medida: ¡un espectáculo digno de contemplar, una espléndida rana venenosa Phyllobates Vittatus macho que lleva con orgullo una gran cantidad de renacuajos en su espalda!

Estos desafíos son los mismos obstáculos que enfrentamos cuando nos sumergimos en la auténtica fotografía de la naturaleza. Este camino está sembrado de dificultades y belleza sin refinar, formando un tapiz de pruebas y maravillas. Y aunque el viaje exige esfuerzo, produce recompensas inconmensurables. Sin embargo, es importante señalar que lo que ves en las redes sociales es simplemente el resultado pulido, desprovisto del viaje y las luchas que le dieron vida.